IM MEDICO #70

76 MEDICINA INTERNA SIETE DE CADA DIEZ PACIENTES HOSPITALIZADOS PRESENTAN FRAGILIDAD Y SARCOPENIA Hay que subrayar el impacto de la sarcopenia (pérdida de masa muscular) en la población mayor y su relación con la fragilidad. En este sentido, hasta un 72 % de los pacientes con fragilidad también presenta sarcopenia. Cuando ambos problemas de salud coexisten, aumenta el riesgo de discapacidad y mortalidad. “La relación entre la sarcopenia y la fragilidad es compleja. Se asocia con graves consecuencias negativas como el deterioro funcional, caídas, pérdida de calidad de vida, aumento de costes sanitarios y mayor mortalidad”, advirtió en julio Beatriz Montero Errasquin, del servicio de Geriatría en el Hospital Universitario Ramón y Cajal (Madrid), en un Frailty Expert Day, sesión clínica organizada por Nutricia, sobre fragilidad. La sarcopenia se define como la insuficiencia muscular, alteración progresiva y generalizada del músculo esquelético con pérdida de cantidad, calidad y función muscular. Al afectar al sistema motor, es una de las principales causas de fragilidad física. Por otro lado, la fragilidad es un estado de vulnerabilidad global que afecta, sobre todo, a las personas mayores, y que se debe a un declinar en múltiples sistemas con pérdida de la reserva funcional a nivel físico, cognitivo y social. El paciente frágil con riesgo de caída suele ser mayor, con comorbilidades y polimedicado. Entre los factores de riesgo asociados a las caídas destacan la edad, historia de caídas y fracturas previas, enfermedades cardiovasculares y neurodegenerativas, enfermedad renal crónica, consumo de alcohol y tabaco, fragilidad, desnutrición, polifarmacia y determinadas características sociodemográficasii. Por ello, es muy importante hacer una evaluación e intervención adecuadas sobre el paciente con caídas, ya que contribuirá a la detección de problemas de salud no conocidos para poder tratarlos, así como prevenir y evitar las consecuencias negativas asociadas a tales caídas. Impacto de la IA Un debate que suele darse es el del binomio inteligencia artificial (IA) y ética clínica, con especial foco a la revolución que supone la IA y las nuevas tecnologías sobre aspectos como la relación clínica, la privacidad o la responsabilidad del profesional sanitario. De hecho, la sede de la SEMI acogió a mediados de junio su IX Reunión de Bioética y Profesionalismo abordando este tema. Antonio Blanco, coordinador del Grupo de Bioética y Profesionalismo de SEMI, expuso que “el problema principal que desvela la IA en sus modalidades de aprendizaje automático, deep learning y su requerida minería de datos, es la privacidad”. Recordó que, cuantos más datos se tengan, más seguros serán los sistemas de IA, con menos sesgos, pero mayor riesgo habrá de vulnerar la confidencialidad. Igualmente, indicó que “otros problemas éticos que plantea es la responsabilidad en la toma de decisiones asistida por IA, la necesidad de supervisión humana, la necesidad de sistemas de IA explicables para reportar confiabilidad y, por tanto, usabilidad y lo que eso supone en sistemas de caja opaca (´black box´)”. Añadió que “no se conoce con exactitud cómo los sistemas de deep learning son capaces de llegar a acertar en el reconocimiento de ciertos patrones y resulta que funcionan mejor cuanto menos explicables son”. Se preguntó cómo van a consentir los pacientes que se tomen decisiones asistidas por tecnologías de las cuáles no se sabe con exactitud cómo funcionan. La IA “va a asistir al médico en la toma de decisiones”. Actualmente, tiene capacidad de leer electrocardiogramas, pruebas de imagen o tejidos o lesiones en la piel y emitir una sospecha diagnóstica, señalar imágenes sospechosas, hacer seguimiento, predicciones de recurrencia e incluso de mortalidad. Tiene capacidad de “leer una historia clínica y en base a los síntomas y signos descritos y resultados complementarios emitir una sospecha diagnóstica”. Pero, es más, la IA tiene capacidad de, en función de una estirpe celular y la farmacogenómica del paciente, elegir “qué fármaco es el más adecuado para tratar un cáncer”. Los beneficios, en palabras de Blanco, son evidentes: “Más precisión y en menos tiempo. Los riesgos son que hasta que llegue hay que hacer mucha investigación y estar muy seguros de que funciona, que no existen sesgos en la selección de pacientes, que requieren de una supervisión humana que entienda cómo funciona y que los médicos no sabemos de ingeniería informática”. Uno de los principales riesgos, según detalló, es “el de dejarnos de implicar intelectualmente en la relación clínica y asumir que la IA, por comodidad o porque tengamos la sensación de que acierta, conllevará una alienación y un desgaste profesional”. Esto, sobreañadido a aquel que se sufre por la carga afectiva del trabajo de los internistas, la presión asistencial y la precariedad laboral vital. “Los internistas, con esa idea de atención integral y humanística, y acostumbrados a manejarnos en escenarios de alta incertidumbre, quizás somos profesionales sanitarios con un puntito menos de sesgo conservadurista y no podemos quedarnos atrás en esta revolución tecnológica, sanitaria y social debiendo poner todas nuestras capacidades y nuestras voces a trabajar para construir una mejor sanidad”, concluyó. Con todo, hay que tratar de forma global al paciente y no a cada una de sus enfermedades. Es clave la valoración global multidimensional, que atienda no sólo a la enfermedad de la persona, sino a otras esferas que son importantes para su evolución, como puede ser la situación emocional y cognitiva, la funcionalidad, el estado nutricional o el soporte social. EXISTE UNA PREOCUPACIÓN CRECIENTE POR LA FALTA DE ESPECIALISTAS EN MEDICINA INTERNA, AL IGUAL QUE OCURRE CON OTRAS ESPECIALIDADES

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